domingo, 22 de junio de 2008

Estaban ya los españoles en disposición de abrir campaña sobre el Libertador. El general Canterac podía contar con catorce mil hombres, cuando aquél no contaba sino con siete mil, y de éstos sólo podía tener una total confianza en los colombianos. Pero en estas circunstancias entraron los realistas en grandes disensiones. El general don Pedro Antonio Olañata tenía motivos de queja contra él, y empezó a mirar en menos su autoridad. El virrey trató de contenerlo y entonces se alzó con el Alto Perú, diciendo que Laserna y sus genera les eran intrusos, porque habiéndose restablecido ya por ese tiempo el rey absoluto de España, ellos se mantenían de constitucionales: y para dar fuerza a sus razones hizo la jura del rey absoluto; lo que igualmente ejecutó el virrey para desmentir al otro, y que por ese lado no le quitase partido. Pero esto de nada le sirvió, porque Olañeta se le independizó con el Alto Perú. Laserna le declaró la guerra, mandó tropas sobre él, y con esta distracción el Libertador tuvo tiempo no sólo para prepararse a resistir al enemigo, sino para ir a buscarlo y darle combate.
En dos meses, haciendo uso de las facultades que se le habían conferido, y auxiliado por la opinión de los pueblos, que había sabido ganarse, logró organizar perfectamente el ejército, que aumentó hasta el pie de nueve mil quinientos hombres. En este estado dio las órdenes para marchar hacia Pasco, al otro lado de la cordillera de los Andes, donde debían reunirse todos los cuerpos que se hallaban situados en diversas partes. Emprendióse la marcha a principios de mayo. El general Lamar mandaba en jefe las tropas peruanas: la primera división colombia iba a las órdenes del general Jacinto Lara y la segunda a las del general José María Córdoba. El general Necochea mandaba toda la caballería. El general Santa Cruz era el jefe del estado mayor general libertador y Sucre general en jefe del ejército unido, bajo las órdenes del Libertador. El ministro general para todos los negocios políticos y civiles era don Juan Sánchez Carrión.
El ejército constaba de once batallones de infantería; siete eran Colombianos y cuatro peruanos: de dos regimientos y cinco escuadrones de caballería con seis piezas de artillería volante. Los cuerpos colombianos eran: los batallones Caracas, Pichincha, Voltígeros, Bogotá, Rifles, Vencedor y Vargas. Un regimienta de granadero y tres escuadrones de caballería.

La pérdida del Callao aumentó las dificultades al Libertador, que careciendo aún de los recursos necesarios para llevar a cabo la independencia del Perú, se encontraba, por esta desgracia, con la pérdida de los almacenes del Callao, que contenían un gran depósito de armas, municiones y demás elementos de guerra. Todo lo que perdía el ejército libertador lo ganaba el enemigo, que aumentaba en fuerzas cada día.
El Libertador instó nuevamente al gobierno de Colombia por prontos auxilios. Pedía catorce o diez y seis mil hombres, entre los cuales debían contarse mil lanceros del Llano; dos millones de pesos; buenos oficiales de marina; jarcia, lona, hierro y otros aparejos para los buques; fusiles, vestuario, equipo y demás elementos de guerra. Pero el gobierno no podía disponer nada de esto sin que el congreso lo decretara, y éste aún no se había reunido. Así le contestó el vicepresidente al Libertador y aumentó las penas de su espíritu, porque veía venir sobre sí una gran tormenta, sin tener las fuerzas suficientes para resistirlas, siéndole imposible la retirada para salvar siquiera el ejército colombiano, teniendo que atravesar inmensos desiertos de arenales. ¡Situación espantosa!, ¡en que veía comprometido el honor de Colombia y el suyo propio!
Por ese mismo tiempo era que s lidiaba con los pastusos encabezados por Agualongo, y cu ya noticia hemos anticipado por no interrumpir la narración de las últimas campañas de Pasto; y este era otro cuidado que atormentaba el espíritu del Libertador. Así, al mismo tiempo que escribía al vicepresidente de Colombia pidiéndole auxilios para el Perú, le comunicaba sus instrucciones sobre el modo de manejar las cosas de Pasto.
En este estado, el congreso del Perú sancionó un decreto con fecha 10 de febrero, en que le nombraba dictador con todas las facultades indispensables para salvar la patria y cuyas funciones debería ejercer hasta que juzgase no ser necesarias y convocase un congreso constitucional (véase el número 34). El congreso se disolvió después de dar este decreto, que fue comunicado al Libertador in mediatamente, quien empezó a ejercer sus funciones desde el 13 del mismo mes, dando principio por dirigir a los peruanos una proclama en que decía:
"¡Peruanos! Las circunstancias son horribles para vuestra patria y vosotros lo sabéis; pero no desesperéis de la república; ella está expirando, pero no ha muerto aún. El ejército de Colombia está todavía intacto y es invencible. Esperamos además diez mil bravos que vienen de la patria de los héroes de Colombia. ¿Queréis más esperanzas? Peruanos! En cinco meses hemos experimentado cinco traiciones y defecciones; pero os quedan contra millón y medio de enemigos, catorce millones de americanos que os cubrirán con el escudo de sus armas. La justicia también os favorece, y cuando se combate por ella, el cielo no deja de conceder la victoria".
Inmediatamente envió el Libertador a Lima al general argentino don Mariano Necochea, para que antes de que fuera invadida por los españoles salvase todo cuanto pudiese. Lima estaba en anarquía, porque los principales magistrados se habían hecho al bando de los españoles los demás empleados habían abandonado sus destinos y del mismo modo los militares y Torretagle había llamado a los españoles para que ocupasen aquella capital, dando al mismo tiempo una proclama en que trataba al Libertador de tirano y de monstruo, enemigo de los hombres de bien y de cuantos se oponían a sus miras ambiciosas, y concluía excitando a los peruanos a unirse con él a los españoles.
Estos entraron en Lima el 27 de febrero, y Necochea se retiró con cuatrocientos hombres. Pasaronse al enemigo multitud de empleados civiles y militares, entre éstos el general Portocarrero. Pasóseles también al Callao un regimiento de Granaderos montados de Buenos Aires. De los oficiales sueltos que había en Lima se presentaron a Rodil ciento cinco. En Supe se sublevaron con su gente los comandantes Navajas y Ezeta, y echando mano a los oficiales patriotas, marcharon para Lima a presentarlos al jefe español. ¿Qué tal situación?...
De este modo había llegado a su colmo la desmoralización peruana, y Bolívar con sus colombianos ya se contemplaba como rodeado de enemigos por todas partes, pues con semejantes ejemplos debía esperar que no quedase un solo peruano que no abandonase la causa de la república. Nunca, jamás, había tenido que hacer frente el Libertador a contratiempos más peligrosos en posición tan aflictiva y desesperada. Pero tenía alma grande y buena cabeza; y no todos los hombres influyentes del Perú siguieron el ejemplo de los traidores, sino que por el contrario, se dedicaron con empeño a mantener la Opinión de los pueblos en favor del Libertador. Este resolvió pasar de Patibilca a Trujillo, y allí dio una proclama en que Contestando a la de Torretagle decía:
"¡Peruanos! Vuestros jefes, vuestros internos enemigos, han calumniado a Colombia, a sus bravos y a mí mismo. Se ha dicho que pretendemos usurpar vuestros derechos, vuestro territorio y vuestra independencia. Yo os declaro a nombre de Colombia, y por el sagrado del ejército libertador, que mi autoridad no pasará del tiempo indispensable para prepararnos a la victoria; que al acto de partir el ejército que actualmente lo ocupa, seréis gobernados constitucionalmente por vuestras leyes y por vuestros magistrados.
"¡Peruanos! El campo de batalla que sea testigo del valor de vuestros soldados, del triunfo de vuestra libertad, ese campo afortunado me verá arrojar de la mano la palma de la dictadura; y de allí me volveré a Colombia con mis hermanos de armas, sin tomar un grano de arena del Perú dejándoos la libertad".

En esta situación escribió el Libertador desde Trujillo al gobierno de Colombia con fecha 22 de diciembre de 1823, manifestando el estado de las cosas y la guerra que de nuevo tendría que sostener Colombia contra los españoles si se les dejaba adueñarse del Perú. Recomendaba, pues, con todo encarecimiento al vicepresidente que sometiera a la consideración del congreso su exposición para que accediera al envío de nueve mil hombres, sobre los tres mil que ya estaban navegando. Pedía el Libertador con especialidad se le mandaran, por lo menos, mil lanceros de los Llanos, de esos admirables jinetes de que no se tenía idea en el Perú.
Después de esto, el Libertador se dirigió a Lima y se estableció en Patibilca, donde enfermó gravemente de una irritación en el estómago y fiebre ardiente. Las fatigas militares, los fuertes soles de aquellos ardientes arenales y las penas del espíritu en presencia de un comprometimiento en que iba todo su honor y el de Colombia, cual era el de libertar al Perú, cuando por todas partes se veía rodeado de inconvenientes y de dificultades, todo esto era preciso que produjese un mal tan grave, como aquel, que lo mantuvo postrado en cama desde el 1° de enero hasta el 8 en que empezó a ceder la enfermedad, quedando en tal extenuación que semejaba un cadáver, o más bien un esqueleto de hombre. Su cabeza estaba enteramente débil y su imaginación no dejaba de estar atormentada con tantos y tan negros cuidados. En tal situación lo halló su amigo el señor Joaquín Mosquera quien sabedor del peligro en que se encontraba el hombre en quien estaban fincadas todas las esperanzas de la América del Sur, voló a asistirle y prestarle cuantos auxilios pudiera. Es preciso oir hablar sobre esto al mismo señor Mosquera, en una carta suyas hacía la pintura del estado en que halló al Libertador de convaleciente: "Estaba, dice, sentado en una pobre silla de vaqueta recostado contra la pared de un pequeño huerto; atada la cabeza con un pañuelo blanco y sus pantalones de guin, que me dejaban ver sus dos rodillas puntiagudas sus piernas descarnadas, voz hueca y débil y su semblante cadavérico".
Este era el estado del hombre a quien estaba encomendada la empresa de arrojar del Perú un ejército de veinte mil hombres, después de todas las pérdidas y desgracias acaecidas, entre ellas, quizá la más sensible, la baja de cerca de tres mil sol dados en que enfermedades y deserciones había sufrido el ejército colombiano. Aún no sabía si podía contar con los auxilios pedidos a Colombia; esto era capaz de arruinar el espíritu más fuerte y de desalentar al hombre de más corazón. Mosquera contemplando todo esto y la situación de Bolívar, le pregunta:-"¿Y qué piensa usted hacer ahora?".
-"Triunfar", responde el hombre exánime.
-"¿Yqué hace usted para triunfar?".
-"Tengo dadas las órdenes para levantar una fuerte caballería en el departamento de Trujillo: he mandado fabricar herraduras en Cuenca, en Guayaquil y Trujillo: he ordenado que se tomen, para el servicio militar, todos los caballos buenos del servicio del país, y he embargado todos los alfalfares para mantenerlos gordos. Luégo que recupere mis fuerzas me iré a Trujillo. Si los españoles bajan de la cordillera a buscarme, infaliblemente los derroto con la caballería. Si no bajan, dentro de tres meses tendré una fuerza para atacar: subiré a la cordillera y derrotaré a los españoles que están en Jauja".
El Libertador dirigió en el mes de enero un oficio al gobierno de Colombia, juntamente con una representación al congreso, en que renunciaba la presidencia y la pensión anual de treinta mil pesos que por un decreto acababa de asignarle dicho cuerpo.
Había llegado a sus manos un oficio que los diputados de Quito habían dirigido al cabildo de esta ciudad, pidiendo documentos para acusar ante el congreso a las autoridades, de cuyos abusos se quejaban. Entre otras cosas decían los diputa dos a los municipales de Quito, que estuvieran seguros de que en el congreso tenían representantes de tanto carácter que acusarían al mismo presidente de la república si fuese necesario. Como las autoridades de Quito habían sido nombradas por el Libertador con facultades extraordinarias, las suceptibilidades de éste no dejaron de resentirse un poco, en el estado en que su salud se hallaba; creyendo ser contra él principalmente la acusación que se intentaba. Por eso en la renuncia decía, entre otras cosas: "Además mientras que el reconocimiento de los pueblos ha compensado exuberantemente mi consagración al servicio militar, he podido soportar la carga de tan enorme peso; mas ahora que los frutos de la paz empiezan a embriagar a estos mismos pueblos, también es tiempo de alejarme del horrible peligro de las disensiones civiles y de poner a salvo mi único tesoro: mi reputación. Yo, pues, renuncio por la última vez la presidencia de Colombia: jamás la he ejercido; así, pues, no puedo hacer la menor falta. Si la patria necesita de un soldado, siempre me tendrá pronto para defender su causa. No podré encarecer a V. E. el vehemente anhelo que me anima para obtener esta gracia del congreso, y debo añadir, que no ha mucho tiempo que el protector del Perú me ha dado un terrible ejemplo, y será grande mi dolor si tuviere que imitarle.


Sabiendo Sucre la dispersión del ejército pe ruano, retiró su gente a Cangallo y pasó a Monquehua solo, a ponerse de acuerdo con Santa Cruz; más se halló con que las fuerzas que debía haber allí reunidas, eran en número insignificante y completamente desmoralizadas, y lo peor de todo, Santa Cruz se había convertido en partidario de Riva Agüero. En tal situación, ya Sucre no debió pensar en otra cosa que en salvar la división, y fue lo que logró hacer en Quilca, y pasó después a Pisco. El Libertador le mandó órdenes para hacer marchar la caballería por tierra hacia Lima, y la infantería por mar a la costa del norte, a desembarcar en Barrancas, donde debía reunirse con el resto del ejército colombiano que se hallaba en marcha. Al mismo tiempo ofició el Libertador al gobierno de Colombia pidiéndole tres mil veteranos más. Con Riva-Agüero estaba en negociaciones de paz, que debían verificarse con su sometimiento al gobierno, pero todo se iba en palabras, hasta que el Libertador comprendió, y supo positivamente, que Riva-Agüero y su ministro de guerra, don Ramón Herrera 1 , estaba en negociaciones con los españoles para establecer una monarquía en el Perú.
Bien cerciorado de este plan el Libertador, determinó obrar activamente, y se puso en marcha con la tropa colombiana y con dos cuerpos peruanos. En Patibilica se dictaron todas las disposiciones para pasar la cordillera, e intimó a Riva-Agüero que se sometiese al gobierno legítimo con las fuerzas que estaban bajo sus órdenes, dándole por su parte toda clase de seguridades. En Huaras se hallaba la mayor parte de las fuerzas de Riva-Agüero, mandadas por el coronel don Remigio Silva, quien se retiró hacia Cajamarca al saber que se acercaban las tropas del Libertador. Este envió inmediatamente un comisionado del ejército a tratar con los jefes que mandaban las tropas disidentes, persuadiéndolos sobre la necesidad de unirse todos, para sostener la independencia del Perú. De aquellos jefes, unos se sometieron al gobierno con la tropa, y otros fueron a ocultarse hacia el Marañón.
En estas circunstancias, el coronel Antonio Gutiérrez de Fuentes hizo una revelación en Trujillo con el objeto de impedir los planes de Riva-Agüero de que estaba perfectamente impuesto. Este jefe, a la cabeza del escuadrón Coraceros, entró a Trujillo en la mañana del 25 de noviembre, y prendió a Riva-Agüero y a sus amigos, convocó cabildo abierto, que aprobó su conducta, y se le confió el mando del departamento hasta la terminación del gobierno legítimo. La primera medida que tomó Fuentes fue mandar a Riva-Agüero y a su secretario Herrera preso a Guayaquil. El Libertador mandó orden a Guayaquil para que los pusieran en libertad y salieran para un país extranjero.
Después de esto, el general Sucre, resuelto a hacerse cargo del mando del ejército unido, se acantonó en la provincia de Andahuailas, y el Libertador siguió hasta Cajamarca con el estado mayor general, y allí dio todas sus disposiciones para la organización del ejército peruano, trasladándose luégo a Trujillo. Aquí meditaba sobre su plan de libertad al Perú; pero la situación era triste. A cada momento se presentaban embarazos y dificultades; aún había restos de la facción de Riva-Agüero, que hostilizaban al gobierno y de consiguiente embarazaban en parte las medidas que debieran tomarse. Una fuerza de dos mil quinientos hombres que se esperaba en Chile, enviada por aquel gobierno en auxilio del Perú, no se logró por accidentes particulares que le hicieron regresar a Coquimbo. Así se vio el Libertador sólo con sus colombianos, privado de aquel recurso con que contaba para llevar a cabo la independencia del Perú, disputada por un ejército aguerrido de más de veinte mil hombres, mandados por excelentes jefes españoles que contaban con recursos y con partidarios en los pueblos, que se hallaban cansados con las disensiones domésticas. También se acababan de perder trescientos buenos caballos chilenos que venían para la caballería, los cuales llegados al puerto de Arica, el comandante del buque en que venían los hizo degollar y arrojar al mar, por no tener forrajes a bordo y temer que cayeran en manos de los españoles.
Esta era la situación del Perú a la llegada del Libertador, a quien el congreso autorizó para poner fin a las desaveniencias usando de los medios que tuviese por conveniente. En 10 del mismo mes de septiembre sancionó el congreso otro decreto confiriendo al Libertador la suprema autoridad militar en toda la república con facultades extraordinarias; e igualmente la autoridad política directorial, para solicitar recursos y auxilios, así dentro del territorio peruano como en el extranjero (véase el número 33) Pero el país estaba en un estado deplorable can sus divisiones; falto de recursos; desmoralizado, y sus pueblos cansados con el desorden. Sin embargo, Bolívar había dicho al congreso en la sesión a que fue admitido "Señor: yo ofrezco la victoria, confiado en el valor del ejército unido y en la buena fe del congreso poder ejecutivo y pueblo peruano; así el Perú quedará independiente y soberano por todos los siglos de existencia que la Providencia divina le señale".
El Libertador, sólo encontró en Lima dos batallones de infantería y un escuadrón de caballería de Buenos Aires; dos cuadros de infantería y un escuadrón de peruanos. Del resto del ejército una parte estaba con Sucre sobre la cordillera, y otra con Riva-Agüero en rebelión contra el gobierno peruano. Las tropas españolas se habían dirigido todas sobre el general Santa Cruz, quien en la Paz y Oruro había logrado reunir cerca de siete mil hombres, y sobre a general Sucre, quien en Arequipa mandaba tres mil cuatrocientos; Santa Cruz perdió toda su gente en operaciones mal dirigidas por querer evitar la autoridad de Sucre y obrar por sí, para ganarse solo los laureles del triunfo. Cuando ya Santa Cruz se vio en tan mal estado, escribió a Sucre llamándolo desde Oruro, para que se uniesen en el Desaguadero; mas no hallando en aquel punto a Sucre, continuó la retirada con los restos de su ejército, que se le iba dispersando, hasta que en Santa Rosa concluyó la disolución, no quedando más que seiscientos hombres con que se retiró sobre Moquegua.
Habiéndose hecho a la vela el Libertador el día 6 de agosto de 1823 en Guayaquil, con rumbo hacia el Callao, arribó a este puerto el día 1° de septiembre, y en el mismo hizo su entrada en Lima entre aplausos y transportes de la más viva alegría.
El perjuicios con tan escandalosas desavenencias, cuyos estragos sólo pudo contener la autoridad suprema que se había conferido a Sucre, quien en calidad de ministro plenipotenciario de Colombia había sido enviado a Lima, y que ya se hallaba encargado del mando en jefe del ejército unido libertador del Perú.
El presidente había disuelto arbitrariamente el congreso por medio de un decreto en que se declaraba ser, no sólo inútil, sino perjudicial su reunión en aquellas circunstancias. El congreso, no obstante, pudo volverse a reunir en Lima, cuando acababan de retirarse de allí las tropas españolas del general Canterac. Reunido el congreso, nombró presidente de la república a don José Bernardo Tagle, y depuso a Riva-Agüero, quien despreció tal resolución, apoyado en las tropas que tenía bajo su mando, y se declaró en guerra contra el congreso.